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El Tiempo en Gualeguay

El Diario de Gualeguay
LOS SUBTES DESDE UNA PERSPECTIVA NACIONAL

Durante esta semana se sancionó la ley que establece la expropiación de la ex imprenta Ciccone. Dicho acontecimiento, despierta múltiples conjeturas. No obstante y sin lugar a dudas, una de las más importantes es la función de "cortina de humo" que cumplió para ocultar o despejar las sospechas de corrupción por parte del actual Vicepresidente de la Nación, Amado Boudou. Por esto, considero interesante expresar mi opinión de cómo la corrupción se ha posicionado fuertemente en el ámbito político argentino desde hace ya muchísimos años.
Este perverso concepto se encuentra en nuestro país desde aquellos años de la conformación del Estado Nacional y se ha ido propagando a lo largo del tiempo en los sucesivos gobiernos hasta exacerbarse en sus puntos de auge durante el proceso militar iniciado en 1976, el menemismo y posteriormente el mandato de la Alianza liderado por Fernando de la Rúa (se observa así como el neoliberalismo canalla y oscuro siempre fue de la mano con la deshonestidad y el vicio). Con la llegada del kirchnerismo al poder, muchas cosas cambiaron e inclusive mejoraron en el país. Sin embargo, la corrupción (demostrada, por ejemplo, en las múltiples causas judiciales archivadas o "cajoneadas" en contra de distintos funcionarios del oficialismo, los aumentos patrimoniales inexplicables y el novedoso caso Ciccone en donde se encuentra implicado Boudou) prosigue dejando sus fechorías. Variadas son las explicaciones que intentan analizar por que la clase política Argentina continúa con estos artilugios. A mi entender, todo gira entorno a una cuestión cultural referida tanto a la ciudadanía como a los estratos gubernamentales. La cuestión del ejercicio honesto de la gestión pública le interesó completamente a muy pocos mandatarios (en este momento se me viene a la cabeza la figura de Raúl Alfonsín) ya que, lamentablemente, suelen entenderla como una herramienta que les posibilita beneficios propios y particulares. La conciben como una facultad que les permite llevarse siempre una "porción de la torta" para engrosar sus arcas personales. Por otro lado, la ciudadanía ha caído en la lógica de acostumbrase a estas situaciones opacas mediante las penosas frases de "roban pero hacen" o "todos los políticos roban, todos son iguales" convirtiéndose de este modo, en cómplice de estas prácticas miserables. Por todo esto, interpreto como necesario cambiar la conciencia popular, intentar diagramar un sistema cultural estructurado por reglas y conductas que no toleren el robo ni la estafa. Estimar las instituciones claras y honradas en donde todo burócrata que ose sobrepasarlas, se someta al juicio político para atenerse a las consecuencias.
Debemos reflexionar sobre una revolución interna y subjetiva en todos los individuos que conformamos la sociedad Argentina, para que el aspecto de la corrupción sea siempre central y no termine en la periferia de la conciencia colectiva como siempre sucede.
Debemos lograr que haya una benevolente y eficaz relación político-simbiótica entre representantes y representados para asentar fuertemente las bases de la república democrática que tanto nos costó conseguir. No podemos dejar que las acciones de perversión cívica y social generen el descreimiento de la política como ocurrió en la década de 1990.

Julián Lazo Stegeman